Qué cuenta la luna

Quién mira la luna

Inspiraciones


Luna azul

La noche tiene una luna tatuada...

Estabas ahí 13:15

Aquella noche le entregué mi cuerpo, y nada más. Mi amor y mis pensamientos te pertenecían desde hacía tiempo, y en ese momento también te adueñaste de ellos, sin dejar para él ni siquiera un suspiro.

La necesidad de borrarte de mí fue lo que me animó a entrar al bar a la hora acordada. Él ya me esperaba. Algunas copas de vino hicieron el resto y finalmente acepté su invitación para ir a "un lugar más privado", como él lo había llamado.

Comenzaba a oscurecer cuando por fin nos encontramos en una habitación a media luz, justo como había querido tenerme desde que me conoció; pero entonces yo era sólo para ti, nadie más podía acercarse. Él supo esperar. Tu larga ausencia me hizo vulnerable; fue entonces cuando se decidió a atacar.

Tal vez supuso que yo estaría nerviosa. Iba preparado con una botella de vino para asegurar que me relajara y evitar que me arrepintiera en el último momento.
Estuvimos bebiendo hasta dejarla casi vacía. Después del último sorbo, él me acorraló entre sus brazos y, por lo menos esa noche, no me dejó escapar. Atrapó mi boca con sus besos voraces, mientras sus caricias frenéticas se colaban por debajo de mi ropa al compás de su respiración que se agitaba. Yo permanecía casi inmóvil, intentando inútilmente sacar tu imagen de mis recuerdos.

Su prisa por tenerme era evidente. Bastaron un par de minutos para que mi cuerpo quedara desnudo entre sus ansiosas manos que recorrían mis caminos de forma desordenada, hasta llegar a descubrir lugares que tú desconocías, aquellos a los que nunca te atreviste a llegar… aunque yo anhelaba que lo hicieras.

Entonces me di cuenta de que ni sus más ardientes caricias podrían borrar el suave rastro que dejaron tus manos sobre mi piel, ni la embestida de sus besos quitaría el sabor que en mí dejaron tus labios, esos que parecían hechos a mi medida y que me embrujaron con un hechizo que aún perdura.

Mi cuerpo se movía a su antojo, pero mi corazón seguía latiendo sólo por ti. Cerré los ojos para no pensar más, para poder entregarme por completo a ese momento que se suponía era solamente suyo y mío. Pero no pude, porque tú también estabas ahí.

Cuando abrí los ojos, me encontré con una mirada triste que ya conocía. Desde el espejo reflejaba un gran vacío y me hacía preguntas que yo no quería responder. Dejé de mirar y lo vi a él: parecía contento. Había logrado su objetivo, pero el mío quedó muy lejos de cumplirse. Ya sólo quería que ese momento acabara.

Finalmente se dejó caer agotado sobre la cama, dijo unas cuantas cosas y no tardó en quedarse dormido a mi lado. Yo no podía hacer lo mismo, me preguntaba dónde estabas, qué hacías en ese momento. Los minutos se arrastraban con lentitud por aquellas paredes que empezaba a memorizar de tanto verlas. Mientras él se aferraba a mi cintura, mis deseos seguían sujetos a tu cuerpo ausente, que seguramente jamás sería mío...

Creo que él también notó tu presencia o leyó mis pensamientos. Cuando ya íbamos en el coche me preguntó por ti y, poco antes de despedirse para siempre, me dijo que ya no lo negara: el juego se me había salido de control, había acabado enamorada de ti... y todavía lo estaba. No respondí y a él poco le importaba; en ese momento se sentía satisfecho, pues al menos por unas horas había sido dueño de mí.

Al mirar por la ventana descubrí a la luna que parecía seguirnos, oculta tras las ramas de los árboles del camino. Ella también lo sabía, uno solo de tus besos podía hacerme vibrar más que una noche entera con cualquier otro. Tal vez algún día podría encontrarla desde tu auto, contigo a mi lado, sin ojos tristes ni vacíos en la mirada. Volví a verla y sonreí al reconocer que aquel amor todavía estaba en mí y llenaba mi vida, porque tú seguías ahí.

De regreso 12:58

Hace tiempo inicié este blog, pero luego, por varios motivos que no viene al caso enumerar, lo dejé abandonado. Ahora, después de casi dos años, he decidido revivirlo, porque estuve platicando vía chat con Mariana, una gran amiga que tiene un blog (www.marianafonteboa.blogspot.com), y ella me animó a retomarlo. Así que, volveré a rondar por este espacio virtual.
Gracias, Mar :)

Nos seguimos leyendo...

INSTANTES 17:03

Todo ha terminado... qué irónico que algo pueda acabar sin haber iniciado, pero es así. Ayer te vi de pie a un lado de la puerta. Tus maletas también estaban ahí, y parecía que dentro de ellas, entre la ropa que aún tenía impregnado tu perfume, te llevabas mis recuerdos, mis sueños, mis ilusiones y el plan imaginario que mi mente creó acerca de construir una vida a tu lado. Pero no, eso ya no será. Ahora mi futuro es más incierto que nunca, y no puedo pensar en nada, ni en nadie más que en ti.

Ayer saliste de esta casa para no volver más, y hoy te vas para siempre de mi vida. Me dejas sola, con la mirada apagada, con un nudo en la garganta y este enorme vacío en el pecho. Ya ni siquiera puedo llorar, mis ojos se secaron hace tiempo, con todas las lágrimas en tu ausencia derramadas… y tú ni cuenta te dabas.

Quizás fue mi culpa. Pero eso ya no importa. Hoy te vas, y no hay marcha atrás... ya no quiero pensar, ya no quiero saber nada más, ya no quiero sentir... Esto duele. Me pregunto si estoy haciendo lo correcto... y otra vez estoy llorando... El agua está muy caliente... pero así debe ser... Me duele mucho, pero no más de lo que duele tu partida, y el saberte para siempre fuera de mi vida... te he perdido… aunque en realidad nunca te tuve, no como yo quería.

Ayer me abrazaste antes de salir, sé que estuviste a punto de llorar, al igual que yo, aunque por motivos diferentes. Pero al final sonreímos forzadamente, nos despedimos y nos deseamos suerte. Aunque lo único que yo deseaba era besarte y suplicarte que no te fueras, pero para ti soy sólo tu amiga... nada más.

Quise decirte algo más, pero no pude, otra vez no pude, y de cualquier manera, ya era demasiado tarde... ya es demasiado tarde. Tú prometiste volver el próximo verano para visitarme, llamar y escribir con frecuencia, y me hiciste prometer que hoy no te fallaría y que estaría contigo, compartiendo a tu lado un momento tan importante... pero te fallé, y no estoy contigo, estoy aquí, sola...

La verdad, nunca imaginé que el final sería así... y debo reconocerlo, tengo miedo. Ahora el dolor se confunde con escalofríos y mis lágrimas se pierden entre los hilos rojos que se empiezan a disolver en el agua. Siento que voy perdiendo las fuerzas, quizás pronto acabará... tengo mucho frío, aunque el agua sigue tibia.

Todavía hoy por la mañana sentía el aura encantadora de tu presencia, pero tú ya no estabas aquí. Jamás pensé que llegaría el día en que debería amanecer sin ver tu sonrisa, cuando salías de tu recámara con la cara adormilada, y sin disfrutar de lo ameno de tu conversación durante el desayuno... definitivamente ya nada podría ser igual sin ti.

Después, a la hora en que se supone ya debería estarme preparando para ir a celebrar contigo, entré a la recámara que ocupabas... aún se percibía lo mágico de tu aroma, aún estaban presentes tu alegría, tu pasión y tu ternura, tu mal carácter y tus berrinches. Aún quedó huella de tu aire misterioso y rebelde en este lugar. Pero sin duda, la huella más profunda, la única imborrable es la que tú dejaste en mi vida, y en ese mundo imaginario que construí a base de sueños, sueños en los que tú eras mi mundo, donde tú y yo éramos felices.

Fue entonces que me di cuenta de que mi vida estos últimos años no había sido nada más que un sueño, donde todo tenía sentido porque ahí estabas tú, conmigo... pero nunca tuve nada en realidad, más que tu valiosa amistad y este amor que me consumía por dentro, y que debí guardar.

Y fue entonces, al ver que este lugar lucía tan vacío, como se sentía mi corazón sin ti, cuando me di cuenta que para mí ya nada tenía sentido, que la vida sin ti ya no valía la pena. Y así, decidí vivir eternamente en ese mundo de ensueño, donde tú eras sólo para mí y me amabas tanto como yo a ti. Fue entonces cuando decidí dormir para soñar, y no tener que despertar jamás a esta cruel realidad.

En la oscuridad de mis párpados cerrados sólo tu imagen llega a mi mente, con el cabello revuelto, tus labios sensuales, tu sonrisa perfecta, tu mirada de chocolate, tan pícara y traviesa, y esos gestos, a veces tan infantiles, que sólo a ti podrían quedarte tan bien. Me encantaste desde la primera vez que te vi. A primera vista se notaban tu seguridad y tu grandeza, pero después fui descubriendo que también podías ser tan frágil y dulce como un niño pequeño.

Esa ocasión estabas en la universidad leyendo la sección de avisos en el periódico, en busca de un lugar donde vivir. Sin pensarlo dos veces me acerqué a ti, empezamos a hablar y así inició nuestra amistad. Después aceptaste quedarte a vivir en el departamento que mis amigos y yo rentábamos, total, siempre había lugar para uno más.

Y al tenerte ahí cada día, al conocerte y descubrir lo maravilloso de tu persona, poco a poco me fui enamorando cada vez más de ti. No sé si nunca te diste cuenta, o preferiste aparentar que no lo notabas, pero todo este tiempo debí amarte en silencio. Porque desde esa primera vez que te vi, también vi aparecer a tu lado esa mirada color miel que siempre estaba al tanto de ti, escuché aquella voz que te hacía sonreír de esa manera única, vi esos brazos que rodeaban tu cuello para besarte y esa mano que tomaba la tuya para llevarte caminando entre risas y palabras dulces... y son esa mirada, esa voz, esos brazos y esas manos los mismos que ahora te llevan tan lejos de mi...

Ya es demasiado... ¿hasta cuándo va a terminar? ...ya ni siquiera puedo moverme... no puedo mantener los ojos abiertos... ¿qué pasa? ...tengo miedo, ven conmigo, te necesito, no me dejes...

Todo sigue oscuro, y el dolor se fue, ya casi no siento nada, sólo el agua fría que me rodea y una gran pesadez en el cuerpo... creo que ya estoy alucinando, porque a lo lejos me parece escuchar tu voz diciendo mi nombre... siento tu calidez que me abraza... pero no, tú no estás aquí, debes estar feliz en este momento... debe ser un sueño, sólo un sueño y nada más...

Pero no, ahí está otra vez, se percibe lejos, pero es claro lo que dices... “por favor, no te vayas, no me dejes...”, eso escucho... pero si quien me dejó fuiste tú, ¿por qué me dices eso ahora? ¿Dónde estás? Te escucho pero no puedo verte, ven por favor, sácame de aquí...

Siento que mi cuerpo se eleva y cientos de luces brillantes pasan frente a mis ojos, mientras muchas voces se confunden en mi mente... que se detengan por favor, me están mareando...

Parece que ha pasado mucho tiempo. De repente, todo es silencio y oscuridad. Y ahora ahí está tu voz otra vez... “¿Por qué?, ¿Por qué lo hiciste?, ¿Por qué tenía que ser así?”. Siento la calidez de tu mano sobre la mía. No sé si sólo es un sueño, pero se siente tan bien... ¿qué pasa?, ¿estás llorando? No, no llores por favor... todo es mi culpa, deja de llorar mi amor, ahora tú serás feliz como siempre quisiste, y yo me iré feliz al saber que tú lo eres. Pero entiende, sin ti ya no quiero vivir. No llores más, sólo déjame ir y prométeme que serás feliz, y que nunca me olvidarás.

No puedo hablar. Tengo que hacerlo, debo decirte que todo estará bien, no puedo dejarte así. Por fin, reuniendo todas las fuerzas que me quedan, logro abrir los ojos, y ahí estás, mirándome tan profundamente como siempre, justo a mi lado... sonrío al ver lo bien que te quedó ese traje que yo misma te ayudé a elegir... ¿seguiré soñando?

Qué hermoso es despertar y verte, pero no me gusta verte así, hay tristeza y preocupación en tu cara. Y todo por mi causa. Veo tu ropa y está llena de manchas color rojo oscuro. Entonces no fue un sueño la primera vez, sí estabas hablándome, y eras tú quien me abrazaba. Perdóname, arruiné el día más importante de tu vida.

De pronto te das cuenta que te miro y empiezas a hablarme, como si hablándome fueras a lograr que no volviera a dormir. Me gusta escucharte, pero no así, además, ahora soy yo quien debe hablar, pues no me queda mucho tiempo...

Haciendo un gran esfuerzo, logro elevar mi mano hasta tu cara, acaricio con suavidad tu mejilla y deslizo mis dedos hasta tus labios para que dejes de hacerme tantas preguntas, y para que dejes de culparte... “No digas nada por favor”, logro decirte al fin, “nada de esto es tu culpa, yo sola lo hice”.

Antes de decir algo, llamas al médico y le pides a tu eterna compañía que salga de la habitación. Sus ojos de miel te miran angustiados y se va dejándote a solas conmigo. Ahora sostienes mi mano entre las tuyas y me pides que no hable, que no me esfuerce, dices que ya hablaremos cuando esté fuera de ese lugar. Pero cuando esté fuera ya no podré hablarte más, así que debo hacerlo ahora, es ahora o nunca... “Prométeme que serás feliz, y que no me olvidarás”, te pido cuando mi voz está a punto de apagarse... “Seré feliz, te lo prometo, y tú también lo serás, saldremos de esto, ya lo verás”.

Aunque nada cambian tus palabras, me tranquiliza tu compañía, después de todo no será tan trágico el final, ya no estaré sola, porque tú estás aquí, tomando mi mano y mirándome. Es como si un ángel me acompañara estos últimos momentos. Me llevaré grabada la imagen de tu mirada dulce y de esa encantadora sonrisa que acabas de regalarme.

Me miras con ternura, pero la angustia no se separa de ti. No puedo más, debes saberlo... “Te amo”, me animo a decir por fin, pues ya qué puedo perder, “te amo como nunca amé a nadie... perdóname por esto, y por arruinar tu día... y dile que más le vale hacerte muy feliz, o se las verá conmigo”. Sonríes un poco y bajas la mirada mientras sigues sosteniendo mi mano.

Pasan unos segundos y tú no dices nada. Quizás no debí decírtelo, pero no podía más. De pronto, una voz que desconozco se acerca diciendo que ya no hay nada qué hacer, y tú lloras aún más... esa persona se va y tú sigues conmigo, me miras y sigues sin decir nada... Cómo quisiera sentir al menos una vez el sabor de tus labios.

Tomas mi mano y la pones sobre tu mejilla. “Perdóname por hacerte sufrir, perdóname por no darme cuenta de lo que sentías... y perdóname por no decirte que yo sentía lo mismo por ti, pero nunca imaginé que pudieras corresponderme, por eso seguí con mi vida como era hasta entonces”.

Después de unos segundos de silencio, sin decir más, te acercas lentamente a mí, cierras los ojos y un efecto mágico hace que yo haga lo mismo. Y sin saber cómo pasó, tus labios se unen a los míos en un beso dulce que me acaricia con suavidad... Mi sueño se está haciendo realidad... Son apenas unos segundos, pero son los instantes más felices de mi vida, aunque haya llegado justo en el momento final.

Apartas tu rostro del mío y tus labios dejan escapar tu voz, que apenas en un murmullo me dice “Yo también te amo... por favor no me dejes ahora”... Qué irónico que algo pueda iniciar, justo cuando está llegando el final...

Ya no puedo más, lo siento... “Te amo”, alcanzo a decir con las fuerzas que me quedan, “Te amo”, y dejo escapar el último aliento de mi voz... tú me miras, me fascina la profundidad de tu mirada, y aunque no me gusta verte triste, me hace feliz que estés conmigo. Espero que puedas perdonarme.

Vuelves a acercarte y me besas suavemente, apenas tus labios rozan los míos... otra vez tengo mucho frío, pero siento algo cálido dentro de mí, y ya no tengo miedo. Sé que estarás bien, pues tú sí eres muy fuerte, saldrás adelante y serás feliz, estoy segura de ello.

Ahora te acercas y recuestas tu cabeza sobre mi pecho, y me miras mientras tomas mi mano. Ya no llores mi vida, yo me voy amándote y con la dicha de haber tenido tu amor, al menos unos instantes... “Yo también te amo...”, es lo único que alcancé a escuchar cuando tus labios volvían a posarse sobre los míos...

Después, sólo el silencio y la oscuridad...

FUISTE, ERES Y SERÁS... 17:19

FUISTE la luz que me hizo despertar, para volver a soñar. Fuiste la paz que llenó mi corazón, la alegría que le dio color a mi vida, la magia que me hizo volver a creer. Fuiste tú quien logró derribar barreras y llegar hasta mi, para tomar mi mano y enseñarme la magia del amor, fuiste tú quien me hizo recordar que la felicidad está a veces oculta en las cosas más simples, que las palabras más dulces son aquellas que salen del corazón, que no importa cometer errores y tener tropiezos, pues cada uno de ellos puede convertirse en una nueva oportunidad. Fuiste tú quien me enseñó a dar lo mejor de mi, incluso cuando todo parece ir mal, fuiste tú quien siempre me animó a seguir, a no rendirme, a enfrentar el miedo y arriesgar un poco, para ganar mucho. Fuiste tú quien me enseñó que a pesar de lo negra que sea la oscuridad, tarde o temprano, el sol siempre saldrá... y tú fuiste ese sol para mi vida, y tu sonrisa ha sido el sol de mis días. Fuiste mi cómplice, mi confidente... el significado de una gran amistad.

ERES alegría, energía y vitalidad. Eres paz, confianza y dulzura. Eres impredecible, eres un misterio lleno de encantos por descubrir. Eres mi razón, mi locura y mi adicción. Eres mi debilidad y la fuerza que necesito para seguir y no rendirme, pase lo que pase. Eres tú quien cada día me da un motivo para amarte más, pues cada día descubro contigo que amar es mucho más que decir "te amo", es un compromiso, es un lazo, es más que palabras, es demostrarlo en cada acto, es sentirte cerca aunque no esté a tu lado, es hacerte saber que estoy contigo, aun cuando no puedas verme. Eres tú quien me hace soñar, quien me inspira, quien me permite crear nuevas ilusiones y alejarme un poco del piso para volar a las estrellas y soñar un poco. Eres un sueño, una realidad, eres mi vida... eres mi amor.

SERÁS tú quien caminará a mi lado para compartir cada uno de nuestros días, serás quien venga a descansar cada noche entre mis brazos, serás la primera imagen con que mis ojos se llenen al despertar, serás tú a quien dedicaré mi vida para hacerte feliz y para ser feliz a tu lado. Serás tú con quien realizaré cada uno de los planes que hemos hecho, serás tú quien estará junto a mi para ver un atardecer, una noche de luna... serás tú quien habite en mi corazón por siempre.

Y aún hay mucho por decir, tanto que quizás este espacio no sería suficiente. Por eso, lo resumo todo diciendo que fuiste, eres y serás un gran amor...

REENCUENTRO 13:21

Este es otro pastiche, ahora inspirado en "Aura" de Carlos Fuentes.

REENCUENTRO

Comenzaba a oscurecer cuando Laura llegó a su departamento, cansada después de un día difícil, el último en su trabajo. El malagradecido de su jefe la despidió sin importar su situación. ¿Qué haría? Sin trabajar le sería imposible continuar pagando la renta. Sólo a ella se le pudo haber ocurrido estudiar Artes Plásticas, eso a nadie le interesa ¿quién podría darle empleo?Entró a su recámara quitándose los zapatos. Abrió la ventana para dejar que el aire fresco entrara. Se quitó el maquillaje y se puso ropa cómoda, se miró en el espejo y notó que así representaba menos edad. Se dejó caer sobre la cama - ¿y ahora que voy a hacer?- se preguntó.
Mientras, la antigua casa al fondo de la calle, parecía cobrar vida. Durante todo el día lucía abandonada, silenciosa, casi fantasmal. Pero al oscurecer, los viejos faroles se encendían puntualmente y la melodía que emanaba del fonógrafo viajaba con el viento por toda la calle. Los aromas que de ella salían inundaban el ambiente. En una agradable mezcla de olores se unían la nuez, la vainilla, la canela, el chocolate...
Sola, en esa vieja casa, Esther daba inicio al ritual diario. Pero esa ocasión era especial porque finalmente había encontrado a la persona que buscaba desde hacía tanto tiempo y a partir de esa noche no se separarían nunca más...
Recostada boca abajo, con el rostro entre las manos y un poco adormilada, Laura escuchó los acordes de las viejas canciones que entraban débilmente por su ventana y percibió esa seductora mezcla de aromas que abrían el apetito. Miró su reloj y, sí, era la hora exacta. Después de varios días de haber faltado, esa noche debía ir a su acostumbrada cita con Esther Carmona, una de sus pocas amistades, la primera que le ofreció su cariño al llegar a esa gran ciudad.
Se levantó de la cama, arregló un poco su cabello y salió del edificio. En unos minutos se encontró frente al gran portón de madera. Jaló la cuerda de la campana que servía como timbre, pero no obtuvo respuesta. Al intentar golpear la gruesa madera con el puño, la puerta cedió al ligero empujón. Laura entró al jardín, que lucía tan grande y solitario como siempre, lleno de flores y árboles frutales que lo dejaban en penumbra. El aroma era inigualable: se mezclaban en el aire los perfumes de las flores, los olores de las frutas y de la tierra húmeda. Se sentía como en casa. Al no ver a su amiga por ninguna parte, decidió entrar a la casa y encontró a Esther en la cocina, cuidando los últimos detalles de la merienda para ese día especial.
La pequeña mujer de cabello gris y silueta encorvada volvió el rostro hacia la joven. Bajo la débil luz ámbar de las sucias y viejas lámparas, sus facciones no se distinguían bien, pero Laura pudo darse cuenta de que le sonreía y sus arrugas se plegaban en todo su rostro. Laura se complacía al ver que, a pesar de su edad, Esther lucía cada vez más activa y llena de vitalidad, como si hubiera recuperado de pronto las ganas de seguir viviendo.
- Buenas noches doña Esther- dijo Laura mientras entraba a la cocina
- Pasa hija, te estaba esperando.
- Perdón por entrar así a su casa, pero toqué, la puerta estaba abierta y...
- Sí, sí, claro, no te preocupes. Dejé abierto porque sabía que vendrías.
Esa noche conversaron durante horas. Para ambas la compañía era muy agradable, siempre había algo de qué hablar, tenían tanto en común. Disfrutaron del delicioso atole de nuez que Esther preparaba y de unas ricas galletas de canela y vainilla, las favoritas de ambas. Laura le contó que ese día se había quedado sin trabajo, de sus problemas económicos y de lo difícil que sería continuar pagando la renta del departamento.
- Creo que tengo una solución. Tú estudiaste algo de artes y te gusta la pintura, ¿no es así? – Laura sintió con un movimiento de cabeza- Entonces no veo cuál es el problema, desde este momento tienes un trabajo. Me ayudarás a restaurar unos cuadros, ya que yo no puedo hacerlo. Te pagaré muy bien, porque esas pinturas son muy valiosas para mí, aunque te advierto que será un trabajo muy laborioso que requerirá de todo tu tiempo y atención.
- ¿De verdad hará eso por mí?. Es el trabajo perfecto, no puedo negarme. Si está de acuerdo, puedo empezar mañana mismo.
- Claro, cuando tú lo desees. Mi única condición es que te quedes a vivir aquí. Necesito estar supervisando tu trabajo constantemente y estar en contacto contigo. Además, ya no tendrías que pagar renta. ¿Qué dices?
Laura no lo pensó dos veces, era como un sueño. Aceptó de inmediato todas las condiciones y desde esa noche se quedó en su nueva casa.
Al día siguiente, Laura recordó que debía ir por su ropa y sus pertenencias al departamento, pero se llevó una gran sorpresa cuando vio acomodadas en el ropero todas sus cosas. Fue a ver a Esther y ella le explicó que Irene, la muchacha que le ayudaba con la limpieza, había ido por todo muy temprano.
- Bueno, basta de preguntas, vamos a desayunar. Luego te enseñaré el que será tu lugar de trabajo y las primeras pinturas que debes arreglar.
A pesar de lo extraño que era todo, Laura no preguntó más. Estaba tan contenta con su nuevo hogar y su nuevo trabajo que nada más podía preocuparla.
Al medio día, Esther la condujo hasta un pequeño cuarto en la planta alta de la casa. En él había una mesa grande, un caballete, pinturas, pinceles, todo el material necesario para que Laura cumpliera con su labor. La iluminación, como en toda la casa, no era muy buena, pero abriendo las cortinas, la luz del sol entraba un poco, permitiendo trabajar bien durante el día.
Esther sacó de su bolsa una llave que abría la puerta de otro cuarto. Era en ese lugar donde estaban las pinturas.
- Todo esto será tu trabajo- dijo Esther señalando el cuarto lleno de cuadros de diferentes tamaños –Todos son retratos. Están ordenados por fecha, así que empezarás con los más antiguos, que son también los más dañados.
Le entregó la llave a Laura y le dijo que trabajara los cuadros en el orden que ella le había indicado y que al terminar, los llevara al salón de al lado para acondicionarlo como una galería.
Desde aquella noche en que decidió quedarse a vivir ahí, Laura no había salido más allá del jardín. La única persona a la que veía desde entonces era a Esther. En ese tiempo no había conocido ni siquiera a Irene. Pero no pensaba en nada de eso, el estar trabajando en la restauración de pinturas tan antiguas le apasionaba y absorbía todo su tiempo y atención.
Durante varios días, Laura trabajó con los retratos de una niña que iba cambiando de un cuadro a otro. Sentía que esa niña que crecía ante sus ojos era ya parte de su vida. Era muy bonita, de cabello castaño, largo y peinado en cárieles que caían a ambos lados de su cara. Tenía los ojos negros, la piel muy blanca y siempre estaba vestida con lujosos atuendos, era como una princesa.
La relación con Esther no había cambiado. Cada noche seguían reuniéndose a merendar y conversar durante horas. En una de esas pláticas, Laura se atrevió a preguntar -¿quién es la niña de los retratos?
- Soy yo- respondió Esther –a mis padres les gustaba que su amigo el pintor me hiciera retratos.
- He visto a esa niña de los cuadros crecer hasta convertirse en una bella mujer. Y hoy ha iniciado una nueva etapa de esa vida plasmada en los lienzos. Esta mañana empecé a trabajar con un cuadro en el que aparece esa mujer, más bella aún al estar acompañada por un apuesto caballero y sosteniendo un bebé entre sus brazos. ¿Usted tiene esposo e hijos?
- Sí, los tuve.
- ¿Y dónde están?
- Mucho tiempo han estado lejos de mí. A mi hija ya la he recuperado y con ella ha regresado mi deseo de vivir.
- Pero dónde está, en el tiempo que llevo aquí no la he visto.
- Pronto lo sabrás. Ahora, deja de hacerme preguntas y vamos a descansar que mañana te espera un día más de trabajo.
La mañana siguiente, Laura sacó los cuadros que seguían en orden. En ellos aparecía la mujer de siempre con una niña, muy parecida a la de los primeros retratos, sólo que con el cabello negro. Luego, esa niña iba creciendo hasta ser una adolescente. Pero de pronto, en uno de los cuadros ya no estaba, ni en los siguientes. Sólo aparecía la mujer de antes, pero lucía diferente, triste, sin vida, envejeciendo y marchitándose cuadro a cuadro.
Laura continuaba su labor, pero las dudas que surgían le obligaron a romper su promesa y preguntarle a Esther qué había sido de esa niña. Ella, como siempre, le contestó con ambigüedades y evasivas.
- Pronto lo sabrás, no seas impaciente. Cuando llegue el momento, comprenderás todo y no tendrás más preguntas.
Laura estaba confundida. Pero, después de todo, no era su vida y no tenía por qué entrometerse. Decidió subir al techo de la casa para ver desde ahí la ciudad a la que hacía ya varios meses que no salía. Permaneció contemplando el panorama toda la tarde, hasta la puesta de sol. Entonces decidió bajar... una luz brillante la obligó a cerrar los ojos.
Cuando despertó, estaba en su cama. A su lado, Esther la miraba sonriendo. –Has dormido durante horas- le dijo. Debes estar cansada. ¿Por qué no vas a ver el resultado de tu trabajo? la galería ya está lista y todos los cuadros están ordenados y colocados en su sitio.
Nunca había visto todos los cuadros juntos. Entró al salón y vio plasmadas en los cuadros una serie de escenas en la vida de Esther. Al llegar a la parte donde la joven Esther aparecía con su hija, no pudo evitar recordar las escenas de su propia infancia, al lado de su madre. Quizá su memoria la engañaba, pero en algunos cuadros podía ver momentos de su niñez, era como si aquellas pinturas le mostraran un remoto pasado que ya había olvidado.
Al ver la última pintura que había restaurado, donde la hija de Esther tendría unos quince años, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Sintió miedo. No era posible lo que veía. Esa niña era casi idéntica a Laura en la foto de su álbum, con su vestido de quinceañera. La niña de la pintura usaba un amplio vestido azul con olanes y crinolina, guantes blancos de encaje y un arreglo de pequeñas flores adornando su cabello que caía en largos rizos negros. Laura en su foto, tenía el cabello corto y lacio como ahora, arreglado en un sencillo peinado con una diadema, su vestido era también azul, pero menos ostentoso. Salvo esas diferencias, la expresión de su rostro, la mirada, su sonrisa... era igual a ella, era ella misma en otra época.
Laura salió corriendo hacia su recámara. No podía seguir en esa casa. Estaba decidida a irse. En ese momento entró Esther y sin dejar hablar a Laura la condujo hasta la parte más alta de la casa. Desde allí, Laura pudo ver que en la calle había mucha gente reunida alrededor de una ambulancia. Los médicos subían en una camilla el cuerpo inerte de una joven vestida de azul, con cabello negro y corto.
Laura no dijo nada y se dejó guiar por Esther hasta el cuarto de las pinturas. Sólo quedaba una, cubierta con una tela blanca.
- Esta es la última pintura, la más importante en la que deberás trabajar. Es también la más difícil, pues yo no he podido terminarla y tú me ayudarás a hacerlo.
Al descubrirla, Laura vio a dos mujeres en el lienzo, una anciana y una joven. Eran ellas, sin duda, Esther, con su cabello gris, un poco encorvada, pero con el rostro lleno de vida. Y ella, Laura, tal como en ese instante lucía, era como mirarse en el espejo, con su corto cabello negro, con su vestido azul, sin maquillaje, luciendo más joven aún.
Pero en el cuadro quedaba un espacio vacío, como si faltara una persona. Llenar ese espacio sería desde entonces labor de Esther y Laura.
- Ahora ya lo sabes todo. He recuperado a mi hija, estás aquí conmigo y me ayudarás a encontrarlo a él- dijo Esther señalando el cuadro donde estaba con el apuesto caballero-, a mi amado esposo. Juntas lo haremos volver y ya nunca nos separaremos.
Laura permanecía en silencio, nunca más volvió a hacer preguntas y se dedicó a concluir ese cuadro, acompañando a Esther, compartiendo su espera hasta que llegara el momento del esperado reencuentro familiar.
Cada tarde, cuando el sol se oculta y comienza a oscurecer, las luces de la casa al fondo del callejón se encienden, la música del fonógrafo se escucha suavemente por toda la calle y el aire se llena de los aromas que desprende la cocina de Esther Carmona. Se escuchan también risas y voces. La casa que durante el día permanece silenciosa y sombría, cobra vida por la noche, en espera de que el habitante que le falta vuelva, como ya lo hizo Laura, para no salir nunca más...

LUNA NUEVA 12:42

Este es un cuento que escribí hace varios años, para la clase de Literatura en la universidad. Se trata de un "pastiche", y es una historia inspirada en el cuento "Miss Algrave", de Clarice Lispector.

LUNA NUEVA

Recuerdo cuando me dijo:
- Tú me miraste el primero,
y desde aquella mirada
existió una niña menos-.
(“Una niña menos”, Pedro Antonio de Alarcón)

Por más que lo intentaba, no podía dormir. Seguía allí, tendida a mitad de la cama, entre sábanas blancas y encajes rosados, moviéndose de un lado a otro, tratando de olvidar el resentimiento que sentía hacia el mundo entero.
Sus ojos, un poco irritados e hinchados de tanto llorar, recorrieron de lado a lado su recámara. Vio sus muñecas alineadas sobre el juguetero, con sus angelicales rostros y sus brillantes ojos, sus únicas compañeras. Era un lugar casi perfecto: con los muebles de la infancia, sus viejos juguetes, las cortinillas de la cama abiertas, moviéndose suavemente con el aire que entraba desde el balcón. Era el lugar donde había pasado los momentos más felices de su niñez y ahora no podía tener una noche tranquila en él. Se sentía inquieta, nerviosa, esperando...
Aquella mañana, se había levantado muy contenta. Estrenó la ropa que la costurera acababa de entregarle: una blusa blanca con florecillas azules, abotonada hasta el cuello, que combinaba muy bien con su falda azul, amplia y larga hasta los tobillos. Le gustaba vestir así, era la protección ideal contra las miradas de los hombres que trabajaban en la hacienda. Diana poseía la belleza de la juventud, estaba justo en el punto medio entre una niña bonita y una mujer hermosa. Ella se sabía bella y le gustaba serlo, pero le molestaba que aquellos hombres la miraran de ese modo, como si trataran de ver a través de sus vestidos.
Así, con su ropa nueva estaba lista para salir a dar su paseo matinal por los jardines, escuchar el canto de las aves y examinar que el jardinero cuidara bien de las flores que su padre mandó cultivar especialmente para ella, su pequeña princesa. Llegar a la reja, sentarse en el viejo tronco y esperar a ver al joven vendedor de flores que ocasionalmente pasaba por el camino del bosque y siempre la saludaba con un gesto amable, saludo que ella, por supuesto, jamás devolvía. Hacía mucho que no lo veía, comenzaba a extrañar esa presencia. Aquel joven llevaba siempre unas hermosas rosas blancas, las más blancas que jamás había visto. Su aroma era delicioso. Ella deseaba tenerlas en su jardín, una al menos.
Pero no pudo hacer nada de eso. El verano había comenzado y con él llegaron las primeras lluvias. Desde temprano inició una ligera llovizna que duró todo el día, impidiéndole salir. Podría haberlo hecho, pero el agua, el lodo... no, definitivamente no, su nuevo ajuar se habría arruinado. Al no poder estar afuera, pensó que se aburriría. Iba a estar sola, como siempre... a su edad, sin amigos, sin alguien que la acompañara... Se instaló en su recámara y pasó la tarde sentada frente al balcón contemplando el paisaje: el bosque, más allá las montañas, el cielo nublado, la maldita lluvia que le impedía ir a su jardín.
Se encontraba en medio de su soledad, en el completo aburrimiento cuando, al desviar la mirada hacia el granero, vio algo que la perturbó. David, su hermano mayor, se encontraba en una situación tan inmoral, que ni siquiera se atrevió a observar bien. Cómo era posible que él, su hermano, estuviera con María, una insignificante pueblerina. Cómo era posible que David se atreviera a tocarla siquiera, peor aún, (no quería seguir viendo), la estaba besando; bajo la lluvia, sus cuerpos se unían en abrazos interminables ¿Qué ni siquiera les importaba estarse mojando? Sus ojos no debían ver eso. Se retiró indignada ante tal escena; no podía creerlo, su hermano besando a esa sirvienta. -Qué sucio, qué indigno – pensaba. - Yo jamás dejaré que nadie me toque de esa manera, es tan indecente.
Estaba furiosa. En su alcoba, sentada en el piso frente a la cama, golpeaba con fuerza las almohadas. Pero ya vería David, cuando llegaran sus padres. Ella misma les daría la queja de lo mal que se había comportado en su ausencia. Se merecía un severo castigo por haberla perturbado de tal manera a ella, la niña, la reina de la casa.
Mientras esos recuerdos giraban en su cabeza, Diana se movía por toda la cama sin poder dormir. Decidió entonces levantarse y salir al balcón, respirar el aire nocturno y tranquilizarse. Abrió la ventana y un suave viento entró en el cuarto llenándolo todo con el aroma del jardín húmedo; olía tan bien, jamás lo había notado. En el cielo, la luna estaba hermosa, enorme, brillaba como nunca, acompañada por algunas nubes que se movían lentamente con el viento y muchas pequeñas estrellas titilando aquí y allá.
Era una noche cálida y húmeda, como son las noches de verano. Pero ésa tenía algo especial, no sabía qué, pero algo la hacía diferente. Se sintió mejor y decidió bajar un momento al jardín aprovechando que finalmente había dejado de llover.
El aire jugaba con sus largos cabellos negros y ondulaba su camisón mientras caminaba sobre el camino empedrado. Nunca lo había visto así, pero entonces se dio cuenta de lo bello que lucía el jardín bajo la luz de la luna que hacía brillar las gotas de agua en las plantas dándoles un cierto resplandor azulado. Afuera, el aroma que entró a su cuarto era más fuerte, más agradable, lo acompañaba el olor de rosas frescas.
Sin darse cuenta, caminó y caminó hasta que llegó a los límites de la hacienda familiar. Lejos de la casa no había más luz que la luna. Se sentó en un tronco cercano a la reja que da hacia el bosque. El viento movió algunas nubes que se detuvieron frente a la luna, oscureciendo todo. El viento trajo otra vez ese olor, ahora más cercano. Cerró los ojos y disfrutó de los sonidos y los aromas de esa noche, su noche.
Detrás de unos arbustos, escuchó unos pasos que se le acercaban. No se asustó, era como si los esperara.
-¿Quién anda ahí?-, preguntó. Nadie respondió. El ruido cesó y sólo sintió el contacto de una cálida mano tomando la suya mientras una extraña voz le susurraba al oído –No digas nada. Ven conmigo-. Al sentir en su piel el aliento de esa voz, todo su cuerpo se estremeció. Era una voz mágica, cautivadora, no podía dejar de hacer lo que le pedía. Sin objeciones, ella se levantó y empezó a caminar siguiendo las instrucciones de aquella enigmática voz que guiaba sus pasos en la oscuridad.
Caminaron un largo rato sin hablar. Ella sólo sentía la suavidad de esa piel, su calor. Con el contacto de aquella mano, al escuchar esa dulce voz, una sensación extraña, que nunca antes había experimentado, se apoderaba de cada parte de su cuerpo.
-¿Quién eres?- se atrevió por fin a preguntar
- Soy a quien esperabas
- ¿Qué respuesta es esa? Yo no esperaba a nadie. Quiero saber cuál es tu nombre, de dónde vienes, a dónde me llevas...
- Son muchas preguntas. Nada de eso importa. Sólo debes saber que al verte entre las flores, iluminada por la luz de la luna, supe que eres tú la mujer que debo amar.
-Pero si nunca nos habíamos visto.
- Yo sí te he visto antes. Pero eso no importa.
- Tú no tienes por que amarme, eres un desconocido que dice sólo locuras. Ahora dime quién eres o me voy.
- Está bien, soy Céfiro. Ahora ya no soy un desconocido; sigue caminando y no hagas más preguntas.
Ella, que estaba acostumbrada a ver realizados todos sus caprichos y que nunca había recibido una orden ni siquiera de sus padres, obedeció, sin protestar, cada petición de su acompañante. Siguió caminando en silencio, sosteniendo su mano. Aun sin verlo, se sentía cada vez más maravillada con ese extraño hombre.
Luego de una larga caminata por el bosque, llegaron a la puerta de una pequeña casa. El viento volvió y alejó las nubes permitiendo que un rayo lunar iluminara un poco a ese misterioso personaje. Su piel brillaba bajo el resplandor azul de la luna y aunque no alcanzaba a distinguir bien sus facciones, ese rostro le parecía familiar.
Entraron a la habitación y por primera vez, sus miradas coincidieron. Diana sentía cómo aquella mirada la recorría acariciando cada parte de su cuerpo que poco a poco fue quedando desnudo. La tomó entre sus brazos y unió sus labios a los de ella. Luego, no sólo sus labios, sino sus cuerpos completos quedaron unidos entre abrazos, besos, caricias... el aroma de un jardín de rosas bajo la lluvia.
Esa noche experimentó algo que nunca había sentido y le gustó mucho. Era como si una parte de su ser se desprendiera de ella y volara hasta tocar las estrellas. Era maravilloso. Cerró los ojos y no quería abrirlos por miedo a descubrir que todo había sido un sueño. Luego, durmió tranquila y profundamente.
Cuando abrió los ojos, los primeros rayos del sol entraban ya por la ventana y una suave brisa, la misma de la noche anterior, movía las cortinas del balcón. Estaba en su recámara... ¿Había sido sólo un sueño? No, no era posible, se sentía tan bien.
Se levantó de la cama y fue hacia el balcón. Una delicada brisa le acarició el rostro y entro jugueteando con los mechones de su cabello. Colocada en el balcón encontró una rosa con pétalos de una blancura deslumbrante, recién cortada, en la que aún quedaban las gotitas de rocío. La acercó a su nariz y... –Entonces no fue un sueño-. La rosa tenía, además de su perfume habitual, algo de ese aroma que la acompañó durante la noche. No había sido un sueño. Estaba verdaderamente feliz. Era otra. Ya no estaba enojada. David podía hacer lo que quisiera, si eso lo hacía feliz; con razón volvía siempre tan contento de sus encuentros con María, ahora Diana lo entendía perfectamente. Ya no quería acusarlo con sus padres. Ella había hecho lo mismo... y era tan agradable.
Esa tarde volvió a llover. Diana, ante la sorpresa de todos, salió descalza al jardín, no le importó estropear su ropa, sólo se dedicó a disfrutar de la lluvia y a embriagarse de los aromas de las flores, de las plantas y de la tierra mojada. Todo era perfecto. A través del olfato, los recuerdos de su noche llegaban a ella y revivía cada momento.
¿Se repetiría el encuentro con el misterioso personaje? No lo sabía, pero esperaría. Valdría la pena esperar para volver a vivir algo así. Por primera vez en su vida, alguien era más importante que ella misma. Ese misterioso personaje llenaba sus pensamientos. Lo esperaría, sin duda.Y si ya no volviera, no importaba, él se quedaría siempre con ella, en su recuerdo, en las rosas, en la lluvia, en las noches de luna.
De la pequeña Diana, la princesita, la niña mimada, caprichosa y egoísta, quedó sólo el recuerdo en la recámara de cortinas color rosa. Diana, la mujer enamorada, la nueva Diana que nació entre los brazos de aquel misterioso joven, estaba en ese momento disfrutando de un día lluvioso, caminando sobre el pasto mojado, entre los charcos, sintiendo las gotas de agua recorrer su piel, sintiendo como si la lluvia y el viento se convirtieran en las delicadas caricias, en las manos de aquél misterioso hombre. Se dirigió al tronco junto a la reja que da al bosque, y ahí se sentó contemplando el paisaje, dispuesta a esperar, dispuesta para amar…

Bienvenidos 13:01




Para empezar con este blog, lo primero que quiero compartir con ustedes es un poema, que habla de la magia que encierra la Luna...


LA LUNA
Jaime Sabines

La luna se puede tomar a cucharadas,
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía.

Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.

Se puede dar de postre a los niños cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna a los presos y a los desencantados.

Para los condenados a muerte y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas.