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Inspiraciones


Luna azul

La noche tiene una luna tatuada...

REENCUENTRO 13:21

Este es otro pastiche, ahora inspirado en "Aura" de Carlos Fuentes.

REENCUENTRO

Comenzaba a oscurecer cuando Laura llegó a su departamento, cansada después de un día difícil, el último en su trabajo. El malagradecido de su jefe la despidió sin importar su situación. ¿Qué haría? Sin trabajar le sería imposible continuar pagando la renta. Sólo a ella se le pudo haber ocurrido estudiar Artes Plásticas, eso a nadie le interesa ¿quién podría darle empleo?Entró a su recámara quitándose los zapatos. Abrió la ventana para dejar que el aire fresco entrara. Se quitó el maquillaje y se puso ropa cómoda, se miró en el espejo y notó que así representaba menos edad. Se dejó caer sobre la cama - ¿y ahora que voy a hacer?- se preguntó.
Mientras, la antigua casa al fondo de la calle, parecía cobrar vida. Durante todo el día lucía abandonada, silenciosa, casi fantasmal. Pero al oscurecer, los viejos faroles se encendían puntualmente y la melodía que emanaba del fonógrafo viajaba con el viento por toda la calle. Los aromas que de ella salían inundaban el ambiente. En una agradable mezcla de olores se unían la nuez, la vainilla, la canela, el chocolate...
Sola, en esa vieja casa, Esther daba inicio al ritual diario. Pero esa ocasión era especial porque finalmente había encontrado a la persona que buscaba desde hacía tanto tiempo y a partir de esa noche no se separarían nunca más...
Recostada boca abajo, con el rostro entre las manos y un poco adormilada, Laura escuchó los acordes de las viejas canciones que entraban débilmente por su ventana y percibió esa seductora mezcla de aromas que abrían el apetito. Miró su reloj y, sí, era la hora exacta. Después de varios días de haber faltado, esa noche debía ir a su acostumbrada cita con Esther Carmona, una de sus pocas amistades, la primera que le ofreció su cariño al llegar a esa gran ciudad.
Se levantó de la cama, arregló un poco su cabello y salió del edificio. En unos minutos se encontró frente al gran portón de madera. Jaló la cuerda de la campana que servía como timbre, pero no obtuvo respuesta. Al intentar golpear la gruesa madera con el puño, la puerta cedió al ligero empujón. Laura entró al jardín, que lucía tan grande y solitario como siempre, lleno de flores y árboles frutales que lo dejaban en penumbra. El aroma era inigualable: se mezclaban en el aire los perfumes de las flores, los olores de las frutas y de la tierra húmeda. Se sentía como en casa. Al no ver a su amiga por ninguna parte, decidió entrar a la casa y encontró a Esther en la cocina, cuidando los últimos detalles de la merienda para ese día especial.
La pequeña mujer de cabello gris y silueta encorvada volvió el rostro hacia la joven. Bajo la débil luz ámbar de las sucias y viejas lámparas, sus facciones no se distinguían bien, pero Laura pudo darse cuenta de que le sonreía y sus arrugas se plegaban en todo su rostro. Laura se complacía al ver que, a pesar de su edad, Esther lucía cada vez más activa y llena de vitalidad, como si hubiera recuperado de pronto las ganas de seguir viviendo.
- Buenas noches doña Esther- dijo Laura mientras entraba a la cocina
- Pasa hija, te estaba esperando.
- Perdón por entrar así a su casa, pero toqué, la puerta estaba abierta y...
- Sí, sí, claro, no te preocupes. Dejé abierto porque sabía que vendrías.
Esa noche conversaron durante horas. Para ambas la compañía era muy agradable, siempre había algo de qué hablar, tenían tanto en común. Disfrutaron del delicioso atole de nuez que Esther preparaba y de unas ricas galletas de canela y vainilla, las favoritas de ambas. Laura le contó que ese día se había quedado sin trabajo, de sus problemas económicos y de lo difícil que sería continuar pagando la renta del departamento.
- Creo que tengo una solución. Tú estudiaste algo de artes y te gusta la pintura, ¿no es así? – Laura sintió con un movimiento de cabeza- Entonces no veo cuál es el problema, desde este momento tienes un trabajo. Me ayudarás a restaurar unos cuadros, ya que yo no puedo hacerlo. Te pagaré muy bien, porque esas pinturas son muy valiosas para mí, aunque te advierto que será un trabajo muy laborioso que requerirá de todo tu tiempo y atención.
- ¿De verdad hará eso por mí?. Es el trabajo perfecto, no puedo negarme. Si está de acuerdo, puedo empezar mañana mismo.
- Claro, cuando tú lo desees. Mi única condición es que te quedes a vivir aquí. Necesito estar supervisando tu trabajo constantemente y estar en contacto contigo. Además, ya no tendrías que pagar renta. ¿Qué dices?
Laura no lo pensó dos veces, era como un sueño. Aceptó de inmediato todas las condiciones y desde esa noche se quedó en su nueva casa.
Al día siguiente, Laura recordó que debía ir por su ropa y sus pertenencias al departamento, pero se llevó una gran sorpresa cuando vio acomodadas en el ropero todas sus cosas. Fue a ver a Esther y ella le explicó que Irene, la muchacha que le ayudaba con la limpieza, había ido por todo muy temprano.
- Bueno, basta de preguntas, vamos a desayunar. Luego te enseñaré el que será tu lugar de trabajo y las primeras pinturas que debes arreglar.
A pesar de lo extraño que era todo, Laura no preguntó más. Estaba tan contenta con su nuevo hogar y su nuevo trabajo que nada más podía preocuparla.
Al medio día, Esther la condujo hasta un pequeño cuarto en la planta alta de la casa. En él había una mesa grande, un caballete, pinturas, pinceles, todo el material necesario para que Laura cumpliera con su labor. La iluminación, como en toda la casa, no era muy buena, pero abriendo las cortinas, la luz del sol entraba un poco, permitiendo trabajar bien durante el día.
Esther sacó de su bolsa una llave que abría la puerta de otro cuarto. Era en ese lugar donde estaban las pinturas.
- Todo esto será tu trabajo- dijo Esther señalando el cuarto lleno de cuadros de diferentes tamaños –Todos son retratos. Están ordenados por fecha, así que empezarás con los más antiguos, que son también los más dañados.
Le entregó la llave a Laura y le dijo que trabajara los cuadros en el orden que ella le había indicado y que al terminar, los llevara al salón de al lado para acondicionarlo como una galería.
Desde aquella noche en que decidió quedarse a vivir ahí, Laura no había salido más allá del jardín. La única persona a la que veía desde entonces era a Esther. En ese tiempo no había conocido ni siquiera a Irene. Pero no pensaba en nada de eso, el estar trabajando en la restauración de pinturas tan antiguas le apasionaba y absorbía todo su tiempo y atención.
Durante varios días, Laura trabajó con los retratos de una niña que iba cambiando de un cuadro a otro. Sentía que esa niña que crecía ante sus ojos era ya parte de su vida. Era muy bonita, de cabello castaño, largo y peinado en cárieles que caían a ambos lados de su cara. Tenía los ojos negros, la piel muy blanca y siempre estaba vestida con lujosos atuendos, era como una princesa.
La relación con Esther no había cambiado. Cada noche seguían reuniéndose a merendar y conversar durante horas. En una de esas pláticas, Laura se atrevió a preguntar -¿quién es la niña de los retratos?
- Soy yo- respondió Esther –a mis padres les gustaba que su amigo el pintor me hiciera retratos.
- He visto a esa niña de los cuadros crecer hasta convertirse en una bella mujer. Y hoy ha iniciado una nueva etapa de esa vida plasmada en los lienzos. Esta mañana empecé a trabajar con un cuadro en el que aparece esa mujer, más bella aún al estar acompañada por un apuesto caballero y sosteniendo un bebé entre sus brazos. ¿Usted tiene esposo e hijos?
- Sí, los tuve.
- ¿Y dónde están?
- Mucho tiempo han estado lejos de mí. A mi hija ya la he recuperado y con ella ha regresado mi deseo de vivir.
- Pero dónde está, en el tiempo que llevo aquí no la he visto.
- Pronto lo sabrás. Ahora, deja de hacerme preguntas y vamos a descansar que mañana te espera un día más de trabajo.
La mañana siguiente, Laura sacó los cuadros que seguían en orden. En ellos aparecía la mujer de siempre con una niña, muy parecida a la de los primeros retratos, sólo que con el cabello negro. Luego, esa niña iba creciendo hasta ser una adolescente. Pero de pronto, en uno de los cuadros ya no estaba, ni en los siguientes. Sólo aparecía la mujer de antes, pero lucía diferente, triste, sin vida, envejeciendo y marchitándose cuadro a cuadro.
Laura continuaba su labor, pero las dudas que surgían le obligaron a romper su promesa y preguntarle a Esther qué había sido de esa niña. Ella, como siempre, le contestó con ambigüedades y evasivas.
- Pronto lo sabrás, no seas impaciente. Cuando llegue el momento, comprenderás todo y no tendrás más preguntas.
Laura estaba confundida. Pero, después de todo, no era su vida y no tenía por qué entrometerse. Decidió subir al techo de la casa para ver desde ahí la ciudad a la que hacía ya varios meses que no salía. Permaneció contemplando el panorama toda la tarde, hasta la puesta de sol. Entonces decidió bajar... una luz brillante la obligó a cerrar los ojos.
Cuando despertó, estaba en su cama. A su lado, Esther la miraba sonriendo. –Has dormido durante horas- le dijo. Debes estar cansada. ¿Por qué no vas a ver el resultado de tu trabajo? la galería ya está lista y todos los cuadros están ordenados y colocados en su sitio.
Nunca había visto todos los cuadros juntos. Entró al salón y vio plasmadas en los cuadros una serie de escenas en la vida de Esther. Al llegar a la parte donde la joven Esther aparecía con su hija, no pudo evitar recordar las escenas de su propia infancia, al lado de su madre. Quizá su memoria la engañaba, pero en algunos cuadros podía ver momentos de su niñez, era como si aquellas pinturas le mostraran un remoto pasado que ya había olvidado.
Al ver la última pintura que había restaurado, donde la hija de Esther tendría unos quince años, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Sintió miedo. No era posible lo que veía. Esa niña era casi idéntica a Laura en la foto de su álbum, con su vestido de quinceañera. La niña de la pintura usaba un amplio vestido azul con olanes y crinolina, guantes blancos de encaje y un arreglo de pequeñas flores adornando su cabello que caía en largos rizos negros. Laura en su foto, tenía el cabello corto y lacio como ahora, arreglado en un sencillo peinado con una diadema, su vestido era también azul, pero menos ostentoso. Salvo esas diferencias, la expresión de su rostro, la mirada, su sonrisa... era igual a ella, era ella misma en otra época.
Laura salió corriendo hacia su recámara. No podía seguir en esa casa. Estaba decidida a irse. En ese momento entró Esther y sin dejar hablar a Laura la condujo hasta la parte más alta de la casa. Desde allí, Laura pudo ver que en la calle había mucha gente reunida alrededor de una ambulancia. Los médicos subían en una camilla el cuerpo inerte de una joven vestida de azul, con cabello negro y corto.
Laura no dijo nada y se dejó guiar por Esther hasta el cuarto de las pinturas. Sólo quedaba una, cubierta con una tela blanca.
- Esta es la última pintura, la más importante en la que deberás trabajar. Es también la más difícil, pues yo no he podido terminarla y tú me ayudarás a hacerlo.
Al descubrirla, Laura vio a dos mujeres en el lienzo, una anciana y una joven. Eran ellas, sin duda, Esther, con su cabello gris, un poco encorvada, pero con el rostro lleno de vida. Y ella, Laura, tal como en ese instante lucía, era como mirarse en el espejo, con su corto cabello negro, con su vestido azul, sin maquillaje, luciendo más joven aún.
Pero en el cuadro quedaba un espacio vacío, como si faltara una persona. Llenar ese espacio sería desde entonces labor de Esther y Laura.
- Ahora ya lo sabes todo. He recuperado a mi hija, estás aquí conmigo y me ayudarás a encontrarlo a él- dijo Esther señalando el cuadro donde estaba con el apuesto caballero-, a mi amado esposo. Juntas lo haremos volver y ya nunca nos separaremos.
Laura permanecía en silencio, nunca más volvió a hacer preguntas y se dedicó a concluir ese cuadro, acompañando a Esther, compartiendo su espera hasta que llegara el momento del esperado reencuentro familiar.
Cada tarde, cuando el sol se oculta y comienza a oscurecer, las luces de la casa al fondo del callejón se encienden, la música del fonógrafo se escucha suavemente por toda la calle y el aire se llena de los aromas que desprende la cocina de Esther Carmona. Se escuchan también risas y voces. La casa que durante el día permanece silenciosa y sombría, cobra vida por la noche, en espera de que el habitante que le falta vuelva, como ya lo hizo Laura, para no salir nunca más...