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Inspiraciones


Luna azul

La noche tiene una luna tatuada...

Estabas ahí 13:15

Aquella noche le entregué mi cuerpo, y nada más. Mi amor y mis pensamientos te pertenecían desde hacía tiempo, y en ese momento también te adueñaste de ellos, sin dejar para él ni siquiera un suspiro.

La necesidad de borrarte de mí fue lo que me animó a entrar al bar a la hora acordada. Él ya me esperaba. Algunas copas de vino hicieron el resto y finalmente acepté su invitación para ir a "un lugar más privado", como él lo había llamado.

Comenzaba a oscurecer cuando por fin nos encontramos en una habitación a media luz, justo como había querido tenerme desde que me conoció; pero entonces yo era sólo para ti, nadie más podía acercarse. Él supo esperar. Tu larga ausencia me hizo vulnerable; fue entonces cuando se decidió a atacar.

Tal vez supuso que yo estaría nerviosa. Iba preparado con una botella de vino para asegurar que me relajara y evitar que me arrepintiera en el último momento.
Estuvimos bebiendo hasta dejarla casi vacía. Después del último sorbo, él me acorraló entre sus brazos y, por lo menos esa noche, no me dejó escapar. Atrapó mi boca con sus besos voraces, mientras sus caricias frenéticas se colaban por debajo de mi ropa al compás de su respiración que se agitaba. Yo permanecía casi inmóvil, intentando inútilmente sacar tu imagen de mis recuerdos.

Su prisa por tenerme era evidente. Bastaron un par de minutos para que mi cuerpo quedara desnudo entre sus ansiosas manos que recorrían mis caminos de forma desordenada, hasta llegar a descubrir lugares que tú desconocías, aquellos a los que nunca te atreviste a llegar… aunque yo anhelaba que lo hicieras.

Entonces me di cuenta de que ni sus más ardientes caricias podrían borrar el suave rastro que dejaron tus manos sobre mi piel, ni la embestida de sus besos quitaría el sabor que en mí dejaron tus labios, esos que parecían hechos a mi medida y que me embrujaron con un hechizo que aún perdura.

Mi cuerpo se movía a su antojo, pero mi corazón seguía latiendo sólo por ti. Cerré los ojos para no pensar más, para poder entregarme por completo a ese momento que se suponía era solamente suyo y mío. Pero no pude, porque tú también estabas ahí.

Cuando abrí los ojos, me encontré con una mirada triste que ya conocía. Desde el espejo reflejaba un gran vacío y me hacía preguntas que yo no quería responder. Dejé de mirar y lo vi a él: parecía contento. Había logrado su objetivo, pero el mío quedó muy lejos de cumplirse. Ya sólo quería que ese momento acabara.

Finalmente se dejó caer agotado sobre la cama, dijo unas cuantas cosas y no tardó en quedarse dormido a mi lado. Yo no podía hacer lo mismo, me preguntaba dónde estabas, qué hacías en ese momento. Los minutos se arrastraban con lentitud por aquellas paredes que empezaba a memorizar de tanto verlas. Mientras él se aferraba a mi cintura, mis deseos seguían sujetos a tu cuerpo ausente, que seguramente jamás sería mío...

Creo que él también notó tu presencia o leyó mis pensamientos. Cuando ya íbamos en el coche me preguntó por ti y, poco antes de despedirse para siempre, me dijo que ya no lo negara: el juego se me había salido de control, había acabado enamorada de ti... y todavía lo estaba. No respondí y a él poco le importaba; en ese momento se sentía satisfecho, pues al menos por unas horas había sido dueño de mí.

Al mirar por la ventana descubrí a la luna que parecía seguirnos, oculta tras las ramas de los árboles del camino. Ella también lo sabía, uno solo de tus besos podía hacerme vibrar más que una noche entera con cualquier otro. Tal vez algún día podría encontrarla desde tu auto, contigo a mi lado, sin ojos tristes ni vacíos en la mirada. Volví a verla y sonreí al reconocer que aquel amor todavía estaba en mí y llenaba mi vida, porque tú seguías ahí.

1 comentarios:

Cueetz dijo...

Hola Sandra, andaba visitando el blog de Mariana y te encontré (JA) me da gusto leerte.
Ah, sí, soy Itzel :)